martes, 25 de diciembre de 2018

Volver

Volver a casa después de medio año y  pedir en Atocha un café y un croissant. Pedirlo en español, con una sonrisa y oír ese "marchando" tan castizo, comprensible y familiar que suena a música celestial.     

Escuchar conversaciones cotidianas y entender todo, aun a riesgo de ser indiscreta,  pero es que esas charlas anodinas se transforman ahora en palabras mágicas llenas de sentido y de sabor a algo mío también.     

Y saborear el café con ese gusto delicioso y contundente, un café de verdad, de los que  despiertan el cuerpo y hacen volar los sentidos. Es un simple café de la estación pero supone  el beso en la boca, la caricia en la garganta el elixir que te acoge y te llena los sentidos, para hacerte consciente de que estás en casa.
Entra un mendigo, mira a todos, pero solo se dirige a mí. Me dice:–"Señora, por favor, ¿podría darme para un café?–. Al principio me asusto, le digo que no y desvío la mirada. Siento un poco de miedo y desconfianza. Después observo cómo mira los cafés y busco en mi monedero unas monedas que reservé cuando me marché de España. Sin mediar palabra, se las doy y el hombre me mira con expresión de agradecimiento.


Sigo inmersa en mi desayuno cuando me percato que el hombre se coloca cerca de mí para tomar el café pero la dueña le dice: —"Te hemos preparado un café para llevar. No te puedes quedar". 
—"¡Ah! No me puedo quedar"— ironiza. Esas palabras no son nuevas para él. Y lentamente se marcha cabizbajo.
Me quedo con sensación de tristeza e impotencia y pienso que hay muchas personas que pueden sentirse extranjeras en su propio país.
Ojalá el café al que le invité le transmitiera todas las sensaciones de bienestar, acogimiento y calor, que yo sentí.

La maldición de los gatos negros

Paseaba este hermoso gato negro tranquilo, sabiendo que a su paso, todos los humanos se apartarían.
–"¡Vamos, parad!. ¡Hacedme pasillo!. Soy el rey de los animales"–le gustaba maullar con su paso elegante.
Y así vivía día tras día, sintiéndose importante y manteniendo vivo su espíritu gatuno y solitario.
Nadie le había contado la "Maldición de los gatos negros".