–"¡Vamos, parad!. ¡Hacedme pasillo!. Soy el rey de los animales"–le gustaba maullar con su paso elegante.
Y así vivía día tras día, sintiéndose importante y manteniendo vivo su espíritu gatuno y solitario.
Nadie le había contado la "Maldición de los gatos negros".
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